Lapicero

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El principio, el final y lo de en medio

20/07/2022

Nunca es fácil empezar un texto, tampoco terminarlo, y eso que lo esencial siempre está por en medio. La primera frase cruje contra la página en blanco, es una réplica de la existencia contra lo que todavía no existe, y a partir de ahí viene el combate por seguir con la escritura. Porque la última palabra implica la rendición a la naturaleza: al todo lo que empieza tiene que acabar.

Esta semana se ha muerto mi abuelo, el padre de mi madre. Es el primer abuelo que despido, así que no sé si los sentimientos son muchos, pocos o suficientes. A mí me duele, sobre todo, que a mi madre le duela. Pero a lo largo de mi vida he dejado demasiados relatos a medias como para entender que no todas las historias merecen ser contadas ni todas las heridas, destapadas. Así que si esto fuera otro libro de autoficción, u otra película costumbrista, hablaría de la casa en el camino del Salabosque. Si esto fuera Feria o Alcarràs, diría que allí jugaba con los batines de seda de mi abuela, y elevaría el pasado a los altares. Tenía un vaso de plástico rosa que no creo que le importe a nadie. Por lo que sea, de repente recuerdo el sabor del agua al beber de él.

Nos preparan para el principio, nunca para el final. Pero This is the end. No safety or surprise, the end

A la mayoría le gustan los comienzos. El primer beso del romance, el día en el que empiezas un trabajo -la ropa escogida desde la noche anterior-, el vuelo de ida al inicio de las vacaciones y estrenar una agenda, repleta de propósitos en enero, para dejarla arrinconada en diciembre. Qué bien huelen los bebés y qué faena dan los viejos. Solamente a mitad del camino, porque si fuese antes no lo emprenderíamos, nos preguntamos cuánto nos queda para el final y siempre -pero además siempre- sufrimos por el ruido que hará la puerta al cerrarse. No es verdad que lo que bien empieza bien acaba, ni tampoco al contrario. Por lo general, el desenlace adopta la forma más inesperada, y nos preocupamos por el dolor, incluso aunque luego no haya.

Asumimos que dolerá. Sentimos desolación por la última cucharada del postre, nostalgia por la última página del libro. «Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END«, se pregunta Paula Bonet. Lloramos que un amigo se marche a vivir lejos -¿es eso un final?- y nos cuesta vaciar aquella casa en la que circustancialmente fuimos felices. «Las épocas se resumen, en nuestra memoria, en los lugares que las contienen», escribe De Vigan. De su madre muerta recuerda las manos azules, más oscuras que el rostro, y yo de mi abuelo no lo sé, porque le han sellado el féretro por Covid. Ahora hay que deshacerse del reloj y del móvil. Se nos aprieta el estómago cuando el coche dobla la esquina, se nos hace añicos el corazón si dejan amarnos.

Olvidamos entonces todo lo que nos quisieron, o lo que nosotros en realidad no quisimos

Aquello de la luz y la sombra, de que para que haya bien tiene que haber mal, de la vida en la muerte, se me antoja una estupidez en el ocaso del cementerio, con la mano de mi madre entre las mías. Me sobra la metafísica de los opuestos, señor Aquino: ¿y si resulta que todo es parte de lo mismo? Amanece, y disfrutamos del día, a sabiendas de que anochece. Y hay tanta belleza en el alba como en el crepúsculo, porque ambos son el Sol y son la Luna. No nos han preparado para convivir con el final, de acuerdo, pero resulta que él lo hace con nosotros desde el principio, todos los días y a todas horas. Yo, que me he marchado de lugares, de personas y de trabajos con dolores del demonio, cada vez valoro más el cierre con serenidad y la despedida con dignidad. Dejar que resbale una lágrima cariñosa por la mejilla y sonreír porque está salada.

Abrazar a un amigo al marcharse con el mismo entusiasmo que al llegar. Irse bien de los sitios. Cuidar la última puntada del traje y la palabra final del artículo. Encargar una bonita corona de flores, pero que sean margaritas, con dos rosas amarillas. Que se vaya: que se vaya en paz.

“Me alegro de haber llegado a tiempo de conocerte”, le dije a un erizo esta semana. Bruma presenciaba la escena con curiosidad e incomprensión, aunque para variar, en realidad lo comprendía todo mejor. Para ella no estaba sucediendo nada, nada que no suceda siempre. Para ella el tiempo no se mide en principios ni finales, sino en medios, porque el relato son todas sus partes. Y nos quedamos con lo mejor, o al menos con lo que nos sirve. Claro que yo no soy felina, así que tengo miedos humanos: libros que no desearía que se terminaran. Pero si lo hacen, procuraré sonreír antes del punto y final.

Que todo arda hasta las cenizas, que venga otro incendio. El otoño es la estación más bonita del año

  • Un libro: Taller de chapa y pintura, de Mestizorras. Barrett, 2022
    Hace una semana que quiero hablar del libro de Marta y Cami, dos mestis muy bravas y de lengua bien suelta. Mujeres de las que me gustan. El caso es que no han sido días fáciles, ya no solo por los finales, sino por los pasados, que se entremezclan con los presentes. Ni puntos ni comas entre lo uno y lo otro. Un comentario malintencionado y un recuerdo mal reconciliado, porque ya se sabe que las mujeres somos putas e impostoras, nunca libres ni víctimas, y en realidad nos aprovechamos del feminismo. Esto hace muy necesario seguir escribiendo libros de zorras. «La violación es sistemática, y nunca se arrepienten de violar: se arrepienten de ser expuestos», dicen ellas. ¿Cómo no hacer una paella con sus cuerpos?

  • Una cena: Casa Bernardi, en Benissa
    No vengo a sacar la pluma gastronómica, lo siento por Ferdinando. Todo llegará, pero no será aquí ni ahora. Mientras anochecía en la terraza de Casa Bernardi -el nuevo restaurante que el antiguo chef de Orobianco ha impulsado en un entorno mucho más sencillo, y por ende mucho más auténtico-, yo ya sabía que mi abuelo estaba muriéndose. Lo sabía también al día siguiente, mientras cerraba el domingo con un vino contra el acantilado, y durante la paella del lunes. ¿Acaso fue frívolo sentir placer con el plato de agnolotti? ¿Beberse un cóctel mientras se apagaba la luz en Jávea? Seguir la vida, fuera del tanatorio, a pesar de la muerte; reírse de los chistes y besar cálido. Dejar que el dolor te traspase, te empape y te bautice.
  • Una frase: «No me gustan los principios, son un barullo. Prefiero un buen final, sabes dónde pisas»
    Me repites, al borde la piscina, esa frase es de Las Benévolas, y por tanto de Neil Gaiman. Me dices que los cómics de The Sandman los tiene Álex -claro, Álex de por medio-, así que no me los puedes enseñar, pero que compartes el amor por lo que se termina, como esta tarde de domingo que se muere. El último día de la semana, y el que mejor se nos viene dando. Ahora ya no me asusta, sino que me calma, porque todo se queda en silencio; entonces siento que soy más mayor, a la vez que más pequeña, en el orden natural de las cosas. El día del entierro, me envías un par de párrafos por WhatsApp con el extracto. No tuve tiempo de leerlos hasta que se hizo muy tarde, justo antes de apagar la luz.

CLOTO: Sí… ¿Al final qué hemos hecho? ¿Qué ha salido?
LÁQUESIS: Lo que siempre es. Un puñado de lana; tejer y coser; algún bordado quizá. Algunos hilos sueltos, pero eso es de esperar. La misma historia de siempre… Da igual lo que tengas intención de hacer al empezar a hilar, tejer o coser; si llegas hasta al final siempre acaba siendo una mortaja.
ÁTROPOS: No importa. Para bien o para mal, se acabó.

Por Almudena Ortuño