Lapicero

Otoño
Fotografía: Otoño

Otoño. Nostalgia

25/09/2023

Todos los otoños comparten la nostalgia. Aquí y allá, distintos amigXs me comentan que se sienten tristes, y me prometo no hablarles de astenia. Creo que esta melancolía tiene más que ver con despedir unas hojas, para dejar que vengan otras. Toca desprenderse de los cielos despejados durante los largos días de verano. Ahora el suelo cruje y el cielo truena, advirtiéndonos de que algo termina y otra vida comienza.

A mí me gusta escuchar el repiqueteo de la lluvia y ver cómo la luz se apaga al atardecer, y como ese atardecer cada vez sucede antes, y como todos nos refugiamos en el hogar. En la familia, signifique lo que signifique para cada quien. Me gustan los buenos finales, ya sean tristes o felices. También me gusta atender a los cambios de color en los árboles y seguir la trayectoria de las hojas cundo se desprenden. Apenas una punzada de tristeza, que se me pasa con el olor que proviene de la cocina, porque no hay mejores recetas que las de otoño. Hago un escondite de esos momentos y sonrío si se me eriza la piel por el frío.

Pero también tengo cada vez más miedo, y lo acepto como parte de la madurez. Pienso mucho, como siempre demasiado, durante las noches de sofá. Siento ingravidez en la barriga, porque vuelve a circular esa ‘rueda’ de la que todos hablamos, que entre todos hemos contribuido arrancar, sin saber muy bien hacia dónde se dirige. Y me digo que ojalá, esta vez sí, consiga que vaya más despacito. Un curso más, procuro tejer un sayo con el aprendizaje adquirido y me esfuerzo por mirar al futuro con ilusión. Pero me niego a hablar de propósitos (no los tengo) del otoño: prefiero hablar de dolores, resignificando la palabra. 

Soy de esas personas que opinan que solo desde la caída se produce el ascenso. Hay que pasar el cisma, porque la huída no sirve. Sirve para agotar el tiempo, jamás para ganarlo. He hecho una lista de heridas en las que me gustaría hurgar, para después sellar. Heridas que no quiero repetir, pero quizá repetiré, y estaré dispuesta a perdonarme. Asuntos que quiero tener encima de la mesa, y no debajo de la alfombra. Asuntos verdaderamente urgentes.

Lo que no puede esperar.

  1. Escribir sobre aquello en lo que creo. Empiezo a sentir pereza frente a temas que antes me parecían vibrantes, y no sé si el brillo lo han perdido ellos o yo. Estoy descreída acerca del enfoque de la gastronomía, me responsabilizo de haber contribuido a la deriva de esta relación. Y opino que el periodismo gastronómico se merece una reflexión muy seria.
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  2. Estar presente. No quiero ser esa persona que pasar burbujas de Instagram mientras habla con su amigos. Últimamente, dejo el móvil en casa cuando salgo a hacer la compra. Hago esfuerzos por no consultarlo nada más levantarme.
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  3. Aceptar el dolor de los demás sin empaparme de él. ¿Para qué interferir en el proceso de los demás si es suyo? En la mayoría de casos, solemos tener cierta responsabilidad sobre el dolor ajeno, pero no la culpa. La culpa no sirve para nada.
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  4. Dar la misma importancia a una cita con el ginecólogo que a una reunión con un cliente. Dejar de trabajar con aquellos clientes que no lo comprendan. 
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  5. Dejar de controlar. El control es una gran mentira, y yo he malgastado mucho tiempo en hacer conjeturas y sobreanalizar temas. Ya lo adivinaré en su debido momento, o no, y tampoco pasa nada. Tampoco tengo control alguno sobre las decisiones, a mi parecer acertadas o desacertadas, de los demás. Pelearlas es una pérdida de energía y (más importante) de tiempo.
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  6. Menos Tres Estrellas y más volver a los libros. Todo ese tiempo que pasas tratando de demostrar que estás en la cresta de la ola, en el meollito, rodeado de gente muy influyente, en la última apertura de moda. El tiempo en el que te angustias porque no te han invitado a una fiesta… Todo ese tiempo, lo podrías pasar leyendo. 
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  7. Pasear. Creo firmemente que cualquier día mejora con un paseo a ninguna parte. Y si es de la mano de alguien a quien quieres, la vida se ordena sola. 
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  8. Rechazar la autoexigencia. No hagas deporte para adelgazar. No hagas deporte porque lo tienes en la lista de propósitos de septiembre. Lo mismo con el inglés, el chino, la cerámica, el macramé, o ese Máster que en realidad no necesitas. Me resisto a los intentos de súper perfeccionamiento atendiendo a la convención social. Me parece que ser mejor no implica nada de eso. Es más, ¿qué significa ser mejor?
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  9. Esperar al invierno. Escribir un otoño distinto, y a la vez igual que el resto. Sé que vienen días preciosos, y otros terribles. Está bien así. El cambio de sentimientos, como el cambio de estaciones, es lo que nos recuerda que estamos vivos.
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Es una lista poco ambiciosa. No tiene soluciones ni desenlaces. No creo que nos vayan a salvar ni el yoga ni las drogas. Ni las emociones fuertes, que antes perseguía como una coleccionista de experiencias, ni las salvaguardas emocionales, que te acaban consumiendo más lento. Tampoco me atrevo a recomendar la terapia ni me siento en disposición de desaconsejar el móvil, ¿quién soy yo para tal cosa? Estas son mis heridas, y de refilón, las curas. Quizá haya quien pueda reconocerse en algunas, y aún así, tampoco significa que vaya a encontrar las mismas respuestas. A decir verdad, la única certeza que tengo en los últimos tiempos son las rutinas. El ronroneo de Bruma al despertar, las caricias por debajo de las sábanas y el paseo. Desde esta semana, melancólica o no, pasearé sobre el camino de hojarasca.

Por Almudena Ortuño