Lapicero

Fotografía:

Una borrasca invernal

18/03/2025

Soy periodista, lo pone en mi bio de Instagram. Periodista, con todas sus diez letras. He elegido que esa palabra sea parte de mi identidad, incluso en un momento en el que el trabajo tiene muy mala consideración social. Porque ya se sabe, del turbocapitalismo no se salva nadie. Dicho esto, creo que el oficio es ante todo elegido, con independencia de la nómina. Por ejemplo, hay quien ejerce de maestra, pero se siente pianista, y entonces es pianista; y lo mismo pasa con el aspirante a actor que sirve copas para pagarse el alquiler (bueno, ahora ni con esas se lo pagaría). Todos somos lo que hacemos, pero no siempre hacemos lo que queremos. En fin, vengo a decir que me dedico a algo que me gusta, y por eso, dejo que me defina.

Por supuesto, es una trampa. Muchas personas -millones, diría- aceptan la precariedad del periodismo por amor al oficio y la esperanza de un mañana mejor. En mi caso, así fue durante toda la veintena, en la que casi ni rebasaba la frontera del mileurismo. Impensable para los zetas, pero qué se lo cuenten a los millennials, y sobre todo a los licenciados tras la crisis de 2010. Dábamos las gracias por tener «trabajo de lo nuestro». Celebro que esta pleitesía no se perpetúe entre las nuevas generaciones, aunque tampoco me termina de gustar la monetización de cada suspiro, sin un ápice de amor o compromiso por lo que estás haciendo. Pero ya se sabe que en esta sociedad, o te coges a un discurso, o te coges a otro. En los dos, ni de coña.

Como un buen porcentaje de personas que estudian Periodismo, elegí la carrera porque me gustaba escribir y fantaseé brevemente con ejercer de corresponsal en Oriente Medio. Era eso, o involucrarme en un unidad de investigación al estilo de Spotlight. La vida me terminó llevando a la sección de Cultura de un periódico y, lejos de parecerme cosa menor, me gustó tanto que salté a las revistas. No he echado de menos los caminos sin recorrer. De hecho, enseguida vino la gastronomía, que apareció casi por casualidad, como una sección más que cobraba importancia en las redacciones. No imaginé la influencia que tendría en mi futuro. Pero al igual que ha sucedido con otros grandes asuntos de la vida, me enamoré de ella, y la decisión se tomó sola. Los seres humanos exageramos nuestro margen de maniobra.

Toda mi carrera ha transcurrido en la prensa escrita, a caballo entre periódicos y revistas. También hice el necesario camino de ida y vuelta de Madrid, para finalmente instalarme en Valencia. Me interesé por seguir formándome en Publicidad, y pronto comprendí que se podía convertir en la base de mis ingresos. Esto me permitió algo paradójico: ganar libertad a la hora de escribir. Amo las redacciones, pero son mucho más románticas desde fuera, donde nadie te obliga a poner titulares bajo criterios SEO por salarios muy escuetos. Los años han ido pasando, y tengo una agencia de creatividad y comunicación en torno al sector de la gastronomía (Brava), algo que está infinitamente peor visto que escribir artículos. Ya se sabe, le haces el culo gordo al mercado. Y además, este invierno –plot twist de la temporada-…

… Acabo de lanzar una revista (Habanero), con una temática bastante transversal, del gastro a la cultura. De repente, he recobrado la pasión por los formatos editoriales y estoy ilusionada con jugar junto a otros redactores -que no con hacerme rica, porque eso no va a pasar-.

Pero oye, ¿a qué viene todo esto?

A ver, es mi blog: tengo derecho a enrollarme. Pero en realidad, únicamente quería convertir la borrasca invernal, durante la que he trabajado muy duro, en una reflexión profesional que en su momento me supuso un dilema moral. Pero que hoy, veo con bastante claridad.

Me han criticado mucho por la duplicidad de funciones -dedicarme tanto al Periodismo como a la Publicidad que, curiosamente, se pueden estudiar en el mismo doble grado-, pero siento que quienes critican van perdiendo. O lo que es igual, no están satisfechos con su posición. Cada vez son más los periodistas que practican la corporativa al mismo tiempo que intervienen en los medios, y me parece estupendo, siempre que la línea esté muy bien trazada (recordemos que no somos influencers). Es algo que tiene mucho que ver con la precariedad de los salarios y, al mismo tiempo, con que el escenario se ha transformado muy rápido en las empresas de comunicación. Y pese a ello, muchos se siguen escondiendo. ¿Por qué habría de esconderse alguien que no hace nada malo? ¿No es el escondite, en sí mismo, sospechoso? Tranquilidad.

Mi humilde opinión es que se pueden desempeñar ambas facetas si se actúa con honestidad y profesionalidad, del mismo modo que creo que hay personas con una sola faceta y muy mala praxis. Personas que ejercen para favorecer a «los suyos», aún cuandono son clientes, o que aceptan invitaciones y regalos a cambio de artículos. Es que no va así… Por supuesto, muchas veces es complicado tomar decisiones, no ceder a la presión y trazar una línea, pero estés en la posición que estés. La frontera no está tanto en los formatos, sino en la ética personal, porque como me enseñó una buena amiga, todo en esta vida va de personas. No de bandos, no: de personas. Así que hay publicistas brillantes y periodistas honestos, e incluso hay personas que pueden ser ambas cosas. Y hay gente que es bailarina y, luego, se viste de eurodiputada.

Ojalá un mundo donde no se escribiesen tantos libros en torno a empastillarse para ir a trabajar -he leído unos diez este año-. Claro que en ese mundo, no existiría el discurso de clases ni la falacia de la meritocracia. Aprovecho para recordar que la independencia se conquista también, y sobre todo, desde la base económica, porque solamente siendo rico te saltas lo de trabajar para comer. Durante todo el tiempo que estuve en plantilla de un periódico, y más tarde, como articulista freelance, tuve que escribir mucho sobre lo que me mandaban mis jefes y lo que me vendían las agencias de comunicación. Evidentemente, mi independencia estaba comprometida. Me da paz mi actual posición, que me ha requerido muchos sacrificios y bastante soledad, pero también me ha otorgado otros privilegios y amplitud de miras.

Qué importante me sentía antes, y qué ilusa era. Procuro recordarlo todos esos días en los que cierro la puerta de la oficina a las 20 horas.

Por Almudena Ortuño